Terminamos de recorrer el Museo Rocsen. Había muy poca gente ya que era un día laborable y bastante frío, y era temprano, antes del mediodía. Dábamos por concluida nuestra visita a Nono, ya que no había más por ver allí. Subimos a nuestros autos y continuamos el viaje hacia Villa General Belgrano, un pueblo que desconocía aunque había oído hablar de su cerveza. La ruta nos llevaba hacia las sierras, ofreciendo un marco de naturaleza espectacular. El camino estaba lleno de curvas, pero afortunadamente había poco tráfico, lo que hacía el viaje más agradable. Los bosques de coníferas y plantaciones eran impresionantes, y el día despejado nos brindaba vistas infinitas desde las alturas.
No pasaron muchas horas antes de que llegáramos a Villa General Belgrano. Recorrimos su calle principal, que coincidía con la ruta, y notamos claramente la influencia arquitectónica alemana y alpina en las construcciones. Aunque el pueblo seguía siendo pequeño en comparación con lo que vi casi 20 años después, se había convertido en un centro comercial al aire libre gigantesco. Allí se vendían todo tipo de chocolates, cervezas, platos típicos, además de bares, casas de té europeas, artesanías y delicatessen para todos los gustos y preferencias.

Imagen que contiene pasto, exterior, firmar, calle

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Cartel de bienvenida al ,llegar a Villa General ,Belgrano

Llegamos a nuestro hotel, una posada donde nos recibieron con trajes típicos de Bavaria: camisas con cuellos bordados y jumpers con patrones cuadriculados, al estilo escocés. Las chicas que nos atendieron eran obviamente de ascendencia alemana o nórdica. Leímos la historia del pueblo en el restaurante y confirmamos que había sido fundado por alemanes, muchos de los cuales descendían de los pasajeros del Graf Spee y otros llegados posteriormente. Construyeron su aldea de acuerdo a sus recuerdos y gustos, recreando sus propios pueblos. El entorno se asemejaba mucho a la Selva Negra, con grandes bosques de coníferas y montañas circundantes.

Alrededores de Villa General Belgrano

 Después de aclarar algunas dudas con la propietaria, pedimos el menú y nos preparamos para disfrutar de una deliciosa comida. Optamos por una tabla de embutidos alemanes, chuletas de cerdo con puré de manzana y chucrut, y, por supuesto, una variedad de cervezas: negra, rubia, roja y cualquier otra que tuvieran disponible.

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Suculento plato en el Resto

Terminada la cena, caminamos de regreso al hotel, ya que habíamos pasado mucho tiempo en el auto y necesitábamos estirar las piernas. También sabíamos que íbamos a beber mucha cerveza como despedida del viaje, ya que esta etapa llegaba a su fin. Al día siguiente, nos esperaban varios kilómetros de viaje en nuestra Jeep Cherokee de regreso a Buenos Aires.