Como mencionaba en el capítulo anterior, esa mañana era realmente muy fría. A esa altura de unos 4.000 metros sobre el nivel del mar, la temperatura era unos 24 grados menor que a nivel del mar, y el sol recién estaba saliendo. Esto se debía no solo a que era casi el final del otoño, sino también a que nos encontrábamos muy hacia el oeste, lo que, pienso, significa un huso horario más, es decir, una hora de diferencia respecto a Buenos Aires. Nos subimos a los autos, los vidrios estaban congelados y teníamos una visión muy escasa. Así fuimos a la estación de servicio, bastante rústica por cierto, con nafta de origen incierto, no por ser robada, sino por desconocer de qué destilería viene o de cuál mayorista, lo que genera incertidumbre sobre la antigüedad de esa nafta o diésel, su pureza y su limpieza.

El camino hacia la Laguna Diamante, y enfrente, la pequeña cordillera que debíamos atravesar. El asunto es que llenamos los tanques, pusimos directa y avanzamos. Así, nos internamos en esa geografía árida, dirigiéndonos hacia una pequeña cordillera detrás de la cual se encuentra la Laguna Diamante, nuestro objetivo, para luego regresar hacia la tarde a nuestro hotel en Antofagasta de la Sierra. Avanzamos por ese camino, bastante desparejo, una llanura sin mucha vegetación, pero bajo un cielo diáfano que empezaba a tornarse de un azul profundo. Continuamos así durante una hora, hasta que llegamos a las primeras faldas de esa cordillera, y el terreno se volvía cada vez más escarpado, hasta alcanzar una pendiente muy pronunciada. Había solo una huella sinuosa, con abundantes piedras y escollos de todo tipo, lo que me obligó a detener la marcha y colocar la baja, permitiéndome subir a muy baja velocidad, con un profundo agarre al suelo y toda la potencia.

El escollo a atravesar camino a Tolar Grande, visto desde arriba, y la caravana de vehículos. El motor, de seis cilindros en línea y 4 litros de desplazamiento, otorgaba a esa marcha baja un poder fabuloso. A pesar de contar con una caja automática, muy moderna para aquella época pero considerada antigua hoy día, tenía una caja de 4 marchas hacia adelante más retroceso, mientras que la caja automática de mi nueva Ford Ranger hoy tiene 10 marchas hacia adelante y marcha atrás. Así, negociamos la subida hasta llegar a la cumbre, todos juntos, y ahí comenzaba la bajada, también muy escarpada, con una inclinación que imponía respeto al mirarla desde arriba. Seguí en marcha baja y puse primera, para poder bajar con freno motor, a pesar de tener ABS, pero no quería sufrir ningún derrape.