Como venía diciendo, estamos atravesando Salta desde la ciudad hacia el sur, para después volver hacia el noroeste. Todo este trayecto, redactado en la historia anterior, lo estamos transitando a través de los Valles Calchaquíes, los cuales son conocidos así, con esa denominación. Se trata de una ruta sinuosa, siguiendo de alguna forma el curso del río, el cual nos acompaña durante todo el trayecto. La belleza del entorno es incomparable, al igual que los cielos azules y el buen clima. Hay que recordar que siempre estamos transitando por encima de los mil metros de altitud. En Los Molinos, en los alrededores, nos acercamos hasta una pequeña finca vitivinícola con su propia bodega. Estando los dueños presentes, nos ofrecen un pequeño tour por las vides y luego nos llevan a la bodega, donde estaban vinificando las uvas de la última cosecha. No perdemos la oportunidad de probar un vino que ya tenían listo para el embotellado y posterior despacho, el cual nos es servido en pequeñas copas. Quedamos bastante contentos con la degustación, y mucho más, porque nos atendieron muy bien.

Con la laguna Diamante al fondo, estamos a más de 4.500 mts. de altura.

Continuamos nuestro viaje, pasamos por Hualfín y ahí sí, encaramos hacia las alturas de Antofagasta de la Sierra, que está a unos 4.000 mts. de altura, lo cual ya es bastante. Llevamos nuestra marcha con tranquilidad, sin ningún escollo en la ruta, pavimentada, hasta que llegamos al hotel. Podríamos decir que Antofagasta de la Sierra era, en ese momento, un caserío con el hotel ad hoc para visitas de nuestro tipo, una estación de servicio de bandera blanca, con un combustible de procedencia incierta, no por su origen sino por su calidad, la policía, estafeta postal y unas casas más, probablemente, de la misma gente que trabaja en esos lugares. Entramos al hotel, nos registramos, nos vamos a nuestros respectivos cuartos, nos lavamos y, al rato, ya estábamos en el comedor o living. Estábamos bastante cansados después de una jornada larga, con hambre y sed, y preguntamos por la comida, la cual nos dicen será servida a las 20:30, faltando casi 1 hora. Ahí me encuentro con Werner, y nos ponemos a conversar; él tenía muy buen español, o tiene, ya que seguimos siendo amigos.

Vida en esa estepa, con esas llamas pastando algo, que no se sabe bien qué es, bastante pobre la vegetación. En el ínterin de ponernos a recordar el día y mostrar nuestra preocupación por lo que faltaba para sentarnos a la mesa a comer, nace en ese instante el “¿Qué hacemos hasta que nos sentemos a la mesa?”, y curiosamente, saltó casi al unísono, una palabra mágica, y fue hacer un Happy Hour, es decir, sentarnos a beber. ¿Y qué había para beber? Pues, vino.