Pasamos un rato por el Quartier Latin, nos sentamos a comer unas crepes Suzette; no eran gran cosa, pero eran en París, lo que las hacía ricas, ¡jaja! De ahí, nos tomamos sendos taxis para ir a la Gare d’Orsay para ver a los impresionistas. Llegados, entramos al museo y, si bien yo los había visto, nunca dejan de sorprenderme: la belleza de esos trazos, esos paisajes bucólicos, esos colores magníficos que logran, la verdad es que es una delicia. Siempre me digo que si pudiera tener una pintura de un grande, sería probablemente la de un impresionista.

André y yo bajamos las escaleras desde el Sacré-Coeur. Paseamos largo rato por esos salones, siempre con la misma categoría y, al ser de una misma escuela, no te hace ruido pasar de una sala a otra, ya que no hay disrupciones visuales, lo que lo hace muy ameno. Ya terminada la recorrida, decidimos volver al hotel para comer por el barrio y dormir, ya que al otro día salíamos hacia Londres por el recientemente inaugurado Euro Channel Train, el tren de alta velocidad, más de 300 km/h, que sale desde París y llega al centro de Londres. Más allá de querer conocerlo, no hay que dejar de lado la comodidad de salir prácticamente desde el centro de la ciudad y llegar al centro en el destino, sin esos largos trayectos de auto hasta los aeropuertos y que, si bien en esa época los controles no eran tan severos, al aeropuerto hay que llegar casi 2 horas antes y someterse a esa exculpación, cuando con el tren puedes llegar 10 minutos antes y te subes y esperar nomás que arranque el tren. Llega el día de la partida, dejamos el hotel, nos subimos a una van y nos vamos todos a la estación del TGV, Train de Grande Vitesse, con la emoción que eso significaba. Llegados a la Gare du Nord, buscamos nuestra terminal, vemos el tren, parecía un cohete lunar, nos subimos con cautela, como no queriendo hacer ruido, como si fuera una sala de operaciones, buscamos nuestros asientos, espectaculares, y ahí sí, ya nos relajamos y nos dejamos llevar por ese tren. Ni bien sale, va dejando atrás la ciudad de París, hasta que llega a campo abierto, y ahí sí pone máxima velocidad, y uno ve pasar las casas, los árboles y las torres de transmisión eléctrica a una velocidad desconocida, es realmente muy sorprendente.

André y yo en la baranda de la terraza del Sacré-Coeur, en Montmartre. Así seguimos viendo la campiña francesa y los pueblos que vamos dejando de costado, hasta que llegamos a la costa del Canal de la Mancha, sitio donde empieza el trayecto que nos llevará hasta la puerta del túnel; es como que te tragara la tierra.