Llegamos al hotel, ya anocheciendo, nos lavamos y vamos directo al living/comedor para comenzar con nuestra Happy Hour, y elegimos un buen vino tinto para ello. Comemos más tarde, unas buenas empanadas y cabrito, y ya cansados, nos vamos a dormir.

Amanece un nuevo día y ya nos alistamos para desayunar, un desayuno con huevos, completo, con todas las de la ley, ya que hoy íbamos a atravesar el Salar del Hombre Muerto y, obvio, las expectativas de comer en el camino eran muy pocas. Este salar está a más de 4.000 mts. de altura y el camino era una huella, y nuestro destino final era Tolar Grande, una población salteña, la cual yo desconocía su existencia, ni que pudiera haber un lugar para dormir. Una vez cargadas las camionetas, nos dirigimos a la estación de servicio para tanquear, limpiar los vidrios como se pudiera, ya que el agua se congelaba sobre los vidrios, lo que hacía muy difícil la tarea, así que dejamos esa tarea para más adelante.

Interesante ejemplar de burro, mirándonos con interés. Una vez listos, arrancamos hacia el salar. Yo ya había visto salares, los hay en muchos sitios, mismo cuando íbamos a Bariloche vía Bahía Blanca, a la salida de esta ciudad hacia Río Colorado, existen salares, que son trabajados como tales para elaborar sal comestible, así como también los había visto al entrar por Jama hacia Purmamarca, también en La Pampa, sí, pero nunca había transitado por uno tantos kilómetros, ni había visto o conocido uno tan grande, ya que rodábamos y rodábamos y seguíamos siempre por el mismo salar. Ya sería cerca del mediodía, y nos aproximamos a un caserío, si es que se puede llamar así, donde, obvio, vendían unas artesanías con sal, hechas de bloques de sal y esculpidas o talladas, así como mantas hechas en sus propios telares, muy atractivas por cierto, y también ofrecían comer algo, sobre todo chivo, pero esto ya llevaba más tiempo, por lo que denegamos el convite, pagamos las cosas que habíamos comprado, y seguimos viaje.

Una llama en medio del camino. Gracias a Dios no hubo problemas de pinchaduras ni nada por el estilo, ya que muchas veces en esos salares, se forman unos bloques de sal, muy duros y muy afilados por el viento o por el quiebre de ellos por el sol, lo que los hace penetrar en los neumáticos como si fuera un cuchillo. Seguimos andando, hasta que llegamos a un paredón de arena, lo que nos sacaba del salar y nos llevaba a otra geografía, la cual no podíamos ver, pero era obligatorio subir ese accidente geográfico, para lo cual nos detenemos un par de kilómetros antes de llegar a él, para conferenciar entre todos cómo encarar esa subida.