Al día siguiente, y como es de absoluto rigor, nos dirigimos al cerro Potosí, que significa literalmente, “cerro de plata”. Hacemos una escala en la base del cerro, donde existe un mercado, o una hilera de tenderetes, para ser precisos, que son unos palos con unas lonas puestos como techo para protegerse del sol, que, si bien estamos muy altos, a más de 4.500 m s. n. m., el sol pega fuerte. Lo curioso de estos tenderetes es lo que venden, y no es más que dinamita, hoja de coca y unas botellitas de alcohol, alcohol para beber, aunque no nos animamos ni a probarlo. Es alcohol puro.

     En la ruta luciendo Jeep Cherokee

Nos sacamos unas fotos jugueteando con la dinamita, la cual, nos decían, es inofensiva al no tener el dispositivo que hace que, al encender la mecha, esta dinamita explote. De ahí, obvio sin ningún recuerdo de esa feria o mercadito, por lo extremadamente peligroso que era, sí nos dirigimos hacia el cerro en sí, a las minas, y al llegar, se ve un trabajo febril, de gente que sube y baja, y otros tantos acarreando carretillas con piedras, bloques que llevan a la planta procesadora o trituradora, donde empieza el proceso de separar la plata de la piedra. Ya nos toca entrar a las galerías, aunque hubo un brasileño que no se animó a entrar, prefirió quedarse afuera, para pedir auxilio por si pasaba algo dijo, y nos reímos todos. Previamente de entrar, nos debemos vestir de mineros, bueno, de turistas mineros, donde nos dan botas de goma, lo que me daba bastante asco calzarme, pero después vimos que sí hacían falta, ya que dentro de las minas corren canales de agua, y, por supuesto, el infaltable casco con su luz.

Por entrar a la mina en el cerro Potosi

Por entrar a la mina en el cerro Potosí llegó la hora, y adentro, ¡es la primera vez que me metía a una mina así, en galería! Ya que en San Luis, habíamos querido entrar, pero no nos animamos porque estábamos solos, así que, en realidad, es la primera vez. Es muy impresionante, además, porque cada dos por tres tienes que apretarte contra las paredes, porque viene un minero con su carretilla cargada al tope, que debe pesar una tonelada, empujándola cuesta arriba o frenándola cuesta abajo, con todas sus fuerzas, y estábamos seguros y clarísimos de que no iba a frenar en su loca carrera por nosotros; nos atropellaría y después, quizás, pediría disculpas. Y uno lo entiende: venir con ese peso, en ese ambiente, en esas condiciones, si tienen que frenar cada vez que entra un turista fisgón y recomenzar con su carreta, calculando el esfuerzo que debe ser arrancar con esa tonelada en ese piso rugoso, desnivelado y rocoso, es más que entendible.

Dentro de la mina en el cerro Potosi , con mineros trabajando